Desayunamos tranquilamente en el buffet del hotel (no estaba nada mal) y salimos a pasar la mañana conociendo la ciudad.
Tomamos la Rue du Mont Blanc, donde tenemos una oficina de turismo en la que coger un mapa de la ciudad, y nos dirigimos hacia el casco antiguo, cruzando el puente del Mont Blanc. En este momento tenemos unas vistas fantásticas del lago Leman y el Jet d’eau.
Lago Leman con el Jet d'eau. |
Suiza es mundialmente conocida por sus relojes, homenajeados con el gran Reloj de Flores, situado al otro lado del Puente del Mont Blanc, en una esquina del jardín inglés. Nos tomamos unas cuantas fotos en este lugar simbólico.
El célebre Reloj de Flores, uno de los símbolos de Ginebra. |
Seguimos la marcha hacia la Place du Port y después hacia la Place de Longemalle, en dirección al casco antiguo. Recorremos calles repletas de relojerías, resistiéndonos a la tentación de comprar alguno de estos bonitos y baratos* relojes.
*No, ni baratos ni tentación ni nada. Inasequibles. Inaccesibles. Imposibles. Ni de coña, vamos.
Típicos relojes suizos, el más barato a riñón y medio. |
Callejeamos rumbo a la catedral, guiados por sus altas torres, que vemos a lo lejos. La Catedral de San Pedro se comenzó a construir en el siglo XII, aunque debajo de ella existen restos arqueológicos que se remontan al siglo IV. Es conocida por ser el centro rector del protestantismo, ya que Juan Calvino predicó en este lugar durante 28 años. La visita no es para nada espectacular, puesto que por su condición reformista, los seguidores de Calvino la despojaron de prácticamente toda su decoración. El grandioso órgano sí que nos llama la atención.
Detalle de la Catedral de Saint Pierre. |
La verdad es que no es una catedral muy recargada de detalles. |
Eso sí, el órgano es espectacular. |
Merece la pena, sin embargo, pagar los 5 francos suizos (o bien 5 euros), para poder subir a las torres de la catedral. Desde allí tenemos unas bonitas vistas de la ciudad en 360º, destacando sobre todo la que hay en dirección al enorme Lago Leman.
Detalle de las vistas. |
De la catedral pasamos a la plaza Bourg du Four, animado rincón donde tomar tranquilamente un café o comer en sus variados restaurantes.
Nosotros no nos detenemos, y seguimos el paseo por la Rue de l’Hôtel-de-Ville y después por la Rampe de la Treille, donde se sitúa “el banco más largo del mundo”. De color verde, aunque tiene gracia por su tamaño, no nos parece demasiado relevante. Pero las vistas en dirección hacia el Parc des Bastions son notables.
Terrazas en la plaza Bourg du Four. |
"El banco más largo del mundo". El más bonito, probablemente, no. |
Descendemos hasta dicho parque, que se encuentra abarrotado dado el soleado día que tenemos. Paseamos por la Promenade des Bastions hasta llegar al Muro de los Reformadores, con cuatro grandes estatuas en el centro que representan a Guillaume Farel, Juan Calvino, Teodoro de Beza y John Knox.
Paseamos tranquilamente por la Promenade des Bastions. |
Muro de los Reformadores. |
Regresamos a la entrada del parque, donde se halla la Place de Neuve. Allí cogemos el bus (línea 5), que se dirige al aeropuerto. Nosotros bajamos antes, en la parada “Nations”. Como su nombre indica, allí se encuentra el Palacio de las Naciones, sede de la Oficina de las Naciones Unidas.
En la plaza destaca una enorme escultura de una silla de madera con una pata rota (“Broken chair”). Dicha silla simboliza la lucha contra las minas antipersona. Tras un breve paseo por la plaza regresamos, de nuevo en la línea 5 de autobús, hasta la parada “Bel-Air”. Caminamos en dirección al hotel, pero antes aún tenemos que ver algunos puntos clave de la ciudad.
Primero pasamos por el Pont de l’île, con su bonita torre. Continuamos por la Rue de la Confédération, Place de la Fusterie y la animada Rue du Marché. Finalmente llegamos a la Place du Molard, donde los ginebrinos ya están comiendo en las numerosas terrazas.
Centenares de ginebrinos tomando algo en la Place du Molard. |
Detalle del reloj de la torre. |
Antes de despedirnos de la ciudad tomamos esta bonita foto. |
Regresamos al hotel a recoger las maletas y tomamos de nuevo el bus 5, esta vez sí hacia el aeropuerto. Comemos algo allí (¡benditas sobras del día anterior!) y montamos en el avión con casi dos horas de retraso.
Suiza…¡Volveremos!
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